Medicotronic


Vengo a por un volante para unos análisis para ver el colesterol.

Pero José, si los últimos los tenía bien, y se los hizo hace 5 meses apenas.

Ya, pero digo yo que puede haber cambiado en este tiempo, y además, Don Damián me los hacía a cada 6 meses, así que…

Vengo a por un volante para el especialista.

¿Qué es lo que le ocurre? ¿Para qué quiere que le vea el especialista?

Porque a mi estos dolores no se me quitan, y usted no hace nada más que mandarme pastillas, y digo yo que eso me lo tendrá que ver un médico.

Amalia, ¿no es cierto que estuvo usted hace unos meses al especialista de los huesos? ¿Y que le puso este tratamiento (un bifosfonato) que ya le dije yo que no le servía para esos dolores? ¿Y que ya le hemos hecho pruebas, y que ya sabemos que lo que usted tiene no tiene operación? No entiendo el motivo de ir otra vez al especialista….

¿Ah, pues me mande!

Vengo a que me mande estas medicinas.

A ver démelas. Estas gotas para el oido son para la infección. ¿Tiene usted algún problema ahora?

No, pero es que me dan todos los meses.

Me suena un poco raro eso. ¿Seguro que son infecciones de oído? Tendría que vérselo, Consuelo.

No, si eso ya me lo ha mandado otra vez un médico, así que digo yo que tendrá que hacerme la receta.

¿Y qué más desea?

Pues esto (ibuprofeno de una marca).

(Dados los antecedentes con otros pacientes, ni me planteo pasárselo a principio activo).

¿Y qué más?

Pues ésto (Eritromicina) y ésto (jarabe de extracto de ginkgo biloba).

La eritromicina es un antibiótico. Quizá, si lo que tiene es algo que no precisa tratamiento con antibiótico, es mejor que tome otra cosa.

¡Ah, no! A mí para la garganta es lo que mejor me viene.

Y el jarabe éste, Consuelo, no lo tiene metido en su historial.

Pues me lo mandaron para los vértigos.

Hombre, la verdad es que puede ser útil, pero no mucho. Y además, ¿está usted mal ahora de los vértigos?

Pues no, pero me lo tomo siempre, y me lo mandó aquel médico y usted me lo tiene que recetar también.

Mis padres me enseñaron buenos modales. Hice primaria y bachillerato en un buen colegio. Estudié medicina en dos universidades normalitas, con un expediente mediocre, pero soy médico también. Y encima con especialidad. Y durante todo este tiempo me han enseñado técnicas de comunicación. Incluso hice la tesis doctoral sobre este tema. Incluso me he atrevido a impartir yo mismo cursos sobre cómo comportarse con los pacientes de una manera humana y cómo comunicarse de una manera empática.

Pero cuando uno encadena tres consultas consecutivas como éstas, lo único que le sale, del alma, es ésto:

Mire usted, señora. Se me ocurre que podríamos hacer una cosa. Poner en la puerta un robot que haga de médico. Funcionaría así: usted le mete la tarjeta sanitaria, y una voz le va guiando. ¿Que quiere un volante para unos análisis? Pues al botón 1. Que los quiere completitos, análisis de todo? Al botón 2 ¿Que quiere unas radiografías de cuerpo completo? El botón 3. ¿Un volante para el especialista? Pues el botón 4, y le sale un volante en blanco, para que usted le ponga el nombre del especialista que quiere que le vea, y si quiere dos pues le da dos veces al botón. ¿Unas recetas? Pues lo mismo, el botón 5 y una receta en blanco, luego usted pone lo que desee. Y mientras tanto, a mí me dejan el tiempo libre para poder atender a los que verdaderamente me necesiten. Si alguna vez quiere que lo vea un médico de verdad, entonces tendrá las puertas de la consulta abiertas, para o que haga falta. Para todo lo demás, el robot.

Y no me he arrepentido, a fecha de hoy, a decir estas palabras… ¡aunque no me guste nada tener que decirlas!


Varias preguntas para especialistas de hospital


Os cuento el caso. Mando el otro día al hospital a un paciente por un proceso grave, queda ingresado, le hacen pruebas, le detectan el problema, se lo tratan, le dan el alta, y en el informe de alta dicen:

– Control por su MAP.

-Pedirá cita para el especialista tal.

El paciente va a la ventanilla del centro de salud, deja el informe, se llama al hospital y contestan que no consta ninguna orden de interconsulta, que debo ser yo el que haga el volante de primera consulta.

Tercera vez que me ocurre en 8 meses. A pesar de haberlo comentado en la Gerencia, y a pesar de los intentos de comunicación telefónica con los especialistas del hospital para conocer el motivo (casi nunca logro establecer comunicación con ellos, dicho sea de paso, a veces es «misión imposible»).

Siempre he tendido a creer que la motivación del compañero especialista para no hacer la interconsulta es no hacer el papeleo que ello conlleva. Pero lo mismo estoy equivocado. Y por tanto, abro el debate y espero comentarios al respecto. Sé que doy pocos datos sobre el caso, que es similar a los que ya he padecido, pero no puedo dar más. A pesar de ello, os rogaría que nos centráramos en el caso concreto, y no aportando visiones generales sobre el tema.

¿Cuál es el motivo de no hacer la interconsulta? ¿Cuál es la opinión que tenéis sobre el papel que tiene que tener el médico de familia ante casos como éste? ¿Pensáis alguna vez en las posibles consecuencias de este tipo de actitudes (molestias para el paciente yendo de ventanilla en ventanilla, sobrecarga administrativa para el médico de familia, retrasos en la atención por las listas de espera de los pacientes derivados desde Atención Primaria)? ¿Cómo pensáis que es nuestro trabajo? ¿Cómo debe ser la coordinación entre primaria y hospitalaria?

¿?


¿Simva, prava, fluva, lova, rosu, ator? ¿Marca, genérico? ¿O ninguna?


Un grupo de médicos de familia, internistas generales y pediatras de atención primaria (AP) adscritos a la National Physicians Alliance de EEUU, ha identificado, a través de técnicas de generación de consenso, las 5 actividades que mejor balance beneficios- (riesgos+costes) podrían tener en el ámbito de la AP.

Uno de ellos sería, según estos colegas, el uso de genéricos de estatinas de entrada como tratamiento de la hipercolesterolemia, dejando como alternativa las marcas en caso de no obtener los objetivos terapéuticos. El argumento es el ya conocido de que «todas las estatinas son efectivas en reducir la mortalidad, los infartos de miocardio y los ictus cuando se dosifican para conseguir unos niveles de LDL-colesterol adecuados».

El argumento además queda refrendado por los resultados de otro estudio, esta vez farmacoeconómico y realizado en nuestro país, que concluye que la simvastatina es el fármaco más coste-eficiente en bajar el colesterol en pacientes de riesgo bajo-moderado, mientras que otros medicamentos de marca (rosuvastatina y ezetimiba) serían los de elección para los pacientes de alto riesgo o los que precisan de una bajada de colesterol adicional.

Supongo que estos argumentos son la base de diversos programas de intercambiabilidad terapéutica que están impulsando las gerencias y servicios de salud, en los que se insiste en la necesidad de cambiar prácticamente todas las estatinas a simvastatina.

Sin embargo, si nos vamos a la evidencia científica actual, el uso de estatinas parece que sólo estaría indicado sin discusión en la prevención cardiovascular secundaria. En personas que no hayan tenido problemas cardiovasculares previamente podría mejorar algunos resultados pero no todos, y los que mejora sólo lo hacen de una manera poco relevante. Tampoco está claro del todo si tratar a los de alto riesgo es la mejor estrategia.

Por tanto, si la prevención primaria cardiovascular con estatinas está aún en discusión, lo que parece un engañabobos es decidir si es más coste-eficiente utilizar una estatina u otra. Pongamos, pues, los recursos (y las energías) donde tengamos que ponerlos, y no en incentivar a los médicos para que se peleen entre ellos (atención primaria contra especialistas del hospital, o viceversa) o traten de convencer a sus pacientes para que abandonen las marcas y se dejen prescribir un genérico…


¿#porquemedicofam?


Hoy es el día del médico de familia. Y lo celebramos, al contrario que los docentes, cuyo día libran, trabajando, como siempre, como cualquier otro día. Con las listas llenas, con las confesiones de nuestros pacientes, con los volantes y recetas que nos inundan, con el duro día a día de ver cómo muchos de los pacientes se van sin que no podamos hacer nada por ellos, con la incertidumbre que marca nuestro trabajo y que nos hace ser tan diferentes a los demás especialistas.

Muchas veces me pregunto/me preguntan porqué soy médico de familia. Y la verdad, es una causalidad. O quizá no. Quizá lo elegí intuitivamente. Lo que sí tengo claro es que no lo cambio por nada del mundo.

Pero eso sí, lo único que pido es poder hacer mi trabajo como mejor sé y puedo. Lo único que pido es que me dejen ser lo que soy. No es poco…


Los que no ven, ni oyen, ni dicen


Los tres monos sabios ni oyen ni ven ni dicen. Pero en este país, plagado de sabios ignorantes, todos ven, todos dicen y, principalmente, todos dicen.

Todos creemos tener, por ejemplo, la clave para salir del agujero económico. O las soluciones que serían necesarias para sacar a la Atención Primaria de la eterna crisis. Pero lo cierto es que ni una cosa ni otra son fáciles.

Ahora bien. Si políticos, gerentes y profesionales nos lo creyéramos y pusiéramos en práctica lo que en APXII nos recuerdan en esta entrega de Mayo, otra Atención Primaria tendríamos, sin duda. Y casi seguro que mejor que la actual. Incluso me atrevo a decir que estaría cerquita de la AP de nuestros sueños…

Foto: Los tres monos sabios, por denysz.


Mayo, mes de docencia y ciencia


Eso es. Aunque no soy tutor acreditado, ni lo está el centro donde trabajo, ni soy oficialmente colaborador de la unidad docente, tengo en este mes de mayo mi primera residente. Una R1 (recién ahora pasada a R2), inquieta, a veces descarada. ¿Y porqué conmigo, si no cumplo los requisitos de la Comisión de la Especialidad? No, no es por aprovechar ahora que han cesado en sus funciones para hacer algo irregular (¿irregular, digo?). Es porque ella, y su tutora, Nieves, se han empeñao. Menudo premio, menuda responsabilidad. ¡A ver si estoy a la altura de tanto crédito!

Prometí darle caña, y no dejarla respirar. Por lo pronto para mañana, después de su primer día de rotación rural, ya tiene varias tareas-preguntas para casa que espero mañana resolvamos en el viaje de ida a Serradilla: porqué mejor prednisona que deflazacort para el tratamiento de las agudizaciones de la EPOC, y qué pauta, y porqué no es necesario las clásicas pautas descendentes de corticoides. Y porqué mejor amoxicilina que levofloxacino para las reagudizaciones sin criterios de gravedad.

En la hora de consulta administrativa, mientras yo me peleo con las recetas y los papeles, ella a la biblioteca, estudio intensivo de artículos sobre los objetivos que ella misma ha marcado (razonamiento clínica, toma de decisiones compartidas, cómo integrar las actividades preventivas en una consulta de medicina de familia y atención al anciano mayor inmovilizado), luego consulta, domicilios, urgencias, lo que el día nos de de sí.

Y luego, por las tardes, en los huecos entre juegos y juegos con los críos en el parque, por las noches, los fines de semana, cuando pueda, me toca ultimar, junto con mi pareja de baile Antoñito Villafaina, los detalles de un libro sobre polimedicación y salud, la planificación de un curso sobre el mismo tema para toda Extremadura, y por último, cerrar dos artículos originales de un trabajo de investigación que hemos acabado este año y el capítulo de un libro de los 30 años de la FADSP sobre ayer, hoy y mañana de los sistemas de información en nuestro país. Ahí es nada.

El blog, como podréis, debe esperar. O al menos, pasará a estar en segundo-tercero-cuarto plano. Primero, la vida, la ciencia y la docencia.

Buen mes de mayo (y también, puede, junio, julio…) a todos.


Confesiones


Uno, como médico, se suele sentir bien cuando el paciente le cuenta cosas muy personales. No por el hecho de conocer la intimidad de la persona -no solemos tener ambiciones vouyeristas-, sino porque muchos de estos detalles son explicativos de conductas, procesos cognitivos y reacciones ante la adversidad.

Pero también porque denota confianza. De hecho, desde que comencé a trabajar en esta consulta, hace ya 7 meses, cuando empecé a sentirme cómodo es a partir del momento en que noté que la gente me contaba cosas que a nadie antes le habían confesado, lo cual es sinónimo de que me han aceptado.

Sin embargo, no deja de ser un tanto triste. Que me cuenten estas cosas a mí y no a otros miembros de su propia familia, con la que pasan todos los días, las amarguras y las alegrías… ¿Cómo de vacías deben estar, pues, sus vidas? ¿Porqué no nos enseñan nuestros padres a comunicarnos con las personas con las que tenemos afecto?

(Foto: Frank Dicksee: The Confession, por freeparking)


APXII según su promotora, Clara Benedicto


Entrevistada por Roberto Sánchez y Raquel Gómez Bravo. Con chicos así da gusto.

APXII: Atención Primaria, 12 meses doces causas.


Quiero un médico de los que curan


La agenda del día estaba llena ya antes de llegar al centro de salud. Se nota la influencia de la semana santa, y la expectativa del día festivo de lunes próximo.

Termino de hacer las 100 y pico (por poner un número) de recetas del día y salgo a la sala de espera, más concurrida que de costumbre. Y anuncio:

Comienzo ya la consulta. Con retraso porque había hoy muchas más recetas de lo normal, y encima la consulta de hoy llena. Cómo se nota que el lunes es festivo y no estoy. Os pensáis que los médicos curamos, pero no es cierto. Como mucho aliviamos, ayudamos algo, pero curar curar, poco. Pero en cuanto un día no vengo os asustáis todos y venís a verme, como si yo pudiera dar respuestas a todos vuestros problemas o curaros vuestros males.

Lo dije con humor, para romper un poco el hielo: las mañanas así suelen ser espesas, y afrontarlas con humor ayudan (al que viene y a uno mismo).

Pase, Aurelio. Dígame.

Pues yo que quiero que me de usted un volante para que me vea un médico estos dolores.

Debe ser que no me expliqué bien. O que Aurelio se tomó al pie de la letra lo que dije en voz alta en la sala de espera. Porque aunque yo soy «su médico», él quería ver a «otro». Tal vez uno que le curara, aunque éste no exista. Es el precio que hay que pagar por no tener vocación de vendedor de humo…


Soledad


Termino de hacer las recetas del día y repaso el listado de pacientes. Salgo al baño y me encuentro con Toribio. Está citado a las 10 y 10, pero son las 9 y media y ya ha venido al centro de salud. Voy al baño y te veo ahora, Toribio.

El dolor de estómago, don Enrique, que no se me quita. Que anoche me tomé sólo una sopita y estuve hasta la madrugada con el dolor.

En las últimas 6 semanas ha venido cuatro veces a la consulta. Reconozco que la primera de ellas me asusté un poco al contarme la secuencia de los síntomas, pero una vez revisada a fondo la historia clínica vi que algo no cuadraba. Un ingreso hospitalario de casi 2 semanas con multitud de pruebas (escáner y ecografía incluidas), muchas de ellas repetidas a lo largo de este tiempo por la insistencia de Toribio, descartaba «algo malo». Dosis plenas de inhibidores de la bomba de protones, analgésicos varios, antiflatulentos, laxantes y antiespasmódicos, además de antidepresivos y ansiolíticos, hacen pensar que hay «algo más allá».

Toribio es una persona huraña. Introvertida. Va mirando siempre al suelo, agazapado. Huye la mirada directa. Salvo hoy. Ni las pastillas que me pides ni las pruebas que quieres que te hagan ni los médicos a los que quieres que te mande te van a quitar tu dolor, Toribio.

Toribio, usted vive solo, verdad. Sí. Y no tiene familia. Un hermano en Barcelona. Al que nunca veo. Y aunque vivo rodeado de gente, estoy solo…

Los pañuelos de papel que compré para estas ocasiones no valen. Deberían hacer algunos que sirvan para enjugar las lágrimas únicas que asoman por los ojos de los que no tienen fuerzas ni para llorar. Probablemente se venderían solos…